EKUÓREO
  Ekuóreo 4
 
Aparece la letra-set
 
     A partir del número cuatro, ya tenían la clave de la letra-set para los títulos: una tira de enunciados potenciales pero completamente desordenados; es decir, letras en orden alfabético, una especie de pequeñas calcomanías de grafías que se desprendían por fricción, una por una. Había que disputar con ellas para que se quedaran pegadas al papel en la misma línea imaginaria de las que antecedían y de las que seguirían.
     El resto seguía siendo la diagramación manual, aunque la tensión bajó un poco y concibieron esquemas diagonales del texto, ya no supeditados solamente al contorno de ilustraciones que, en este número, fueron tomadas de la esmerada edición que de Don Quijote hiciera el Círculo de Lectores, que incluía unos carboncillos. A partir del número anterior, el cabezote no sufrió cambios sustantivos (ya se informará sobre los cambios adjetivos que se hicieron después).
     Aparece por primera vez una alusión a la ubicación espacio-temporal, hecha con letra-set: “Cali, primera quincena de mayo”. No se sabe de qué año, pero ya es un comienzo.
     Aníbal Lenis (Apía, 1947), su profesor de psicología en la universidad, firmó L.B.A. un relato llamado “De regreso”, publicado por primera vez en Ekuóreo 4. Que después se haya hecho psicoanalista no puede atribuirse a los efectos de haber visto publicado, y de qué forma, su cuento.
De regreso
Aníbal Lenis

     ¡Al fin has llegado! Mirar tus ojos de nuevo reduce la espera a un segundo. No, pero no te detengas ahí: aunque los sentimientos cambian, como tu rostro aún conservan su silueta. ¡Bienvenido! Sigue. Hace un momento los niños pararon de llorar por tu ausencia. Martha ya se casó y te tiene de regalo un robusto nieto. Ernesto, el bebé que dejaste innominado, lo balearon hace un año en la universidad. Y yo, aquí me ves: ni el rojo de mis labios se ha alcanzado a caer. ¡Míralo! Qué vivo se guarda para ti... Pero, se nos hace tarde; a las cuatro pasearemos una vez más, al paso lerdo de las campanas.

     El conteo de publicar cada diez números, en el caso de Bustamante iba a resultar cierto, pero en promedio: cuatro cuentos publicados en 30 entregas. Lo cierto es que aquí se fue, con nombre y todo, a hablar de una idea que le había sugerido un poema de Octavio Paz.
Rocas (o del amor)
Guillermo Bustamante Z.

     Al despeñarse, las rocas van esculpiendo figuras multiformes que se perfeccionan a cada roce, que se pulen a cada golpe mutuo: esculturas humanas, poliedros exactos, brillantes esferas, columnas esbeltas, réplicas colosales de animales inmóviles; imágenes macizas, fantasías petrificadas que parecen haber constituído la esencia de las rocas. Al caer definitivamente, quedan hechas pedazos, listas para empezar a derrumbarse de nuevo.

     Que esto pudiera ser una alegoría del amor (comienzo, brillo, destrucción y, de vuelta, comienzo), fue algo que se le ocurrió después. Este ¿cuento? se hizo ya bajo la influencia de Ekuóreo y fue publicado aquí por primera vez.
     En el proyecto Obra en marcha, Colcultura había querido hacer una muestra de los escritores que estaban en ejercicio, formándose, luego de la generación de García Márquez. Se hicieron dos tomos: el primero en 1975 y el segundo en 1976. En el primero Kremer y Bustamante encontraron a Luis Fayad (Bogotá, 1945), con varios relatos cortos. Todos muy buenos; pero tal vez “Reencuentro” era el más sintético de todos. Ha sido seleccionado luego en varias antologías de cuentos cortos; por ejemplo, en el número especial de la RIB dedicado al microrrelato (1996) y en la Antología del cuento breve y oculto, de Raúl Brasca y Luis Chitarroni (Buenos Aires: Sudamericana, 2001).
Reencuentro
Luis Fayad

     La mujer le dejó saber con la mirada que quería decirle algo. Leoncio accedió, y cuando ella se apeó del bus él hizo lo mismo. La siguió a corta pero discreta distancia, y luego de algunas cuadras la mujer se volvió. Sostenía con mano firme una pistola. Leoncio reconoció entonces a la mujer ultrajada en un sueño y descubrió en sus ojos la venganza.
     —Todo fue un sueño —le dijo—. En un sueño nada tiene importancia.
     —Depende de quien sueñe —dijo la mujer—. Este también es un sueño.

     Cierra el número “Los huesos sagrados”, de Pär Lagerkvist, premio Nobel de literatura en 1951, de quien por aquel entonces les encantó Barrabás, que hacía serie con El regreso del hijo pródigo de Gide (Barcelona: Tusquets, 1971), que también leían en esa época.
Los huesos sagrados
Pär Lagerkvist

     Dos pueblos habían sostenido una gran guerra de la que ambos se sentían muy orgullosos, y que continuaba todavía con vivo ensañamiento sin tener para nada en cuenta las pequeñas necesidades humanas.
     A ambos lados de la frontera sobre la que se habían librado las batallas, y donde los soldados fueron horriblemente muertos, se erigieron grandes monumentos conmemorativos en honor de los caídos por la patria, que yacían en sus tumbas. Allí se congregaban los dos pueblos, cada cual ante su respectivo monumento, y se pronunciaban exaltados discursos sobre las legiones de valientes cuyos huesos descansaban bajo tierra, santificados por una muerte heroica y cubiertos de gloria para toda la eternidad.
     U
n día circuló en ambos pueblos el impresionante rumor de que algo raro sucedía durante las noches en el antiguo campo de batalla. Se decía que se veían fantasmas, y que los muertos abandonaban sus sepulturas y cruzaban la frontera como si se hubieran reconciliado. La versión provocó una profunda inquietud. ¡Los héroes caídos, venerados por todos sus compatriotas, se reunían con los enemigos e intimaban con ellos! ¡Era demasiado!
     Los dos pueblos resolvieron enviar sendas comisiones para investigar el caso. Los miembros de las comisiones se pusieron a espiar, escondidos detrás de algunos árboles secos que aún quedaban, y esperaron a que llegara la medianoche. ¡Qué espanto! ¡La especie resultó ser absolutamente cierta! El desolado campo se poblaba de horribles fantasmas que cruzaban la frontera llevando, al parecer, una carga consigo.
     Los miembros de las comisiones corrieron hacia ellos indignados:
     —¡Cómo, ustedes que se han sacrificado por su patria; ustedes, a quienes veneramos por encima de todo, por quienes nos reunimos para recordarlos y reverenciarlos, cuyas sepulturas nos son sagradas; ustedes fraternizan con el enemigo, se reconcilian con ellos!
     Los héroes caídos los miraron asombrados:
     —Nada de eso, seguimos odiándonos lo mismo que antes. Lo único que hacemos es cambiar los huesos. No existe ninguna ley que lo prohíba.
 
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