EKUÓREO
  Ekuóreo 15
 

La mitad


     Aparecido en la segunda quincena de marzo de 1981, este Ekuóreo 15 se sitúa en toda la mitad de la primera época de la revista. La sobria diagramación de la primera página la debemos a la maestría de la ilustración, sacada de un periódico maoista del momento (El Manifiesto). A su lado izquierdo —como para producir contrastes— se encuentra un relato taoista (con ‘t’):
El ciervo escondido
Liehtsé
Un leñador de Cheng se encontró en el campo con un ciervo asustado y lo mató. Para evitar que otros lo descubrieran, lo enterró en el bosque y lo tapó con hojas y ramas. Poco después olvidó el sitio donde lo había ocultado y creyó que todo había ocurrido en un sueño. Lo contó, como si fuera un sueño, a toda la gente. Entre los oyentes hubo uno que fue a buscar el ciervo escondido y lo encontró. Lo llevó a su casa y dijo a su mujer:
—Un leñador soñó que había matado un ciervo y olvidó dónde lo había escondido y ahora yo lo he encontrado. Ese hombre sí que es un soñador.
 —Tú habrás soñado que viste un leñador que había matado un ciervo. ¿Realmente crees que hubo un leñador? Pero como aquí está el ciervo, tu sueño debe ser verdadero —dijo la mujer.
—Aún suponiendo que encontré al ciervo por un sueño —contestó el marido—, ¿a qué preocuparse averiguando cuál de los dos soñó?
Aquella noche el leñador volvió a su casa, pensando todavía en el ciervo, y realmente soñó, y en el sueño soñó el lugar donde había ocultado el ciervo y también soñó quién lo había encontrado. Al alba fue a casa del otro y encontró al ciervo. Ambos discutieron y fueron ante un juez, para que resolviera el asunto. El juez le dijo al leñador:
—Realmente mataste un ciervo y creíste que era un sueño. Después soñaste realmente y creíste que era verdad. El otro encontró al ciervo y ahora te lo disputa, pero su mujer piensa que soñó que había encontrado un ciervo. Pero como aquí está el ciervo, lo mejor es que se lo repartan.
El caso llegó a oídos del rey de Cheng y el rey de Cheng dijo:
—¿Y ese juez no estará soñando que reparte un ciervo?
 
     Se trataba de la puesta en práctica de ese principio oriental según el cual si lo real en nada es real, ¿cómo saber si los sueños son sueños?
     Tomamos este relato de la Antología de la literatura fantástica, de Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Una de nuestras Biblias, hecha en 1940 y aumentada —gracias a la favorable fortuna, como dice la posdata— en 1965. Informan los argentinos que Liehtsé fue un filósofo taoista que floreció (tal vez en una racha vegetal) hacia el siglo IV antes de la era cristiana. Cuando Borges y Bioy Casares incluyen ese relato en otra antología, dedicada a relatos breves y extraordinarios, el nombre del autor aparece sin tilde.
Él
Jorge Zalamea
Con esa atención minuciosa de los tímidos lo observaba todo. Se estremecía, se ponía rojo de placer cuando lograba descubrir algo pequeño, tan pequeño que los demás no pudieran emularlo en perspicacia.
Por las tardes iba al café. Sentado en un rincón, con su gran vaso de jugo de moras en frente, gozaba como un solitario, como un filósofo o como un niño.
Entraban dos jóvenes. Los miraba mientras se sentaban, y en esa mirada había un verdadero afán de sorprenderlos, de adivinarlos. Pensaba: éstos tomarán cerveza. Y aguardaba anhelante a que el criado volviese con lo pedido.
Odiaba a un parroquiano. Era un viejecito seco, tambaleante que llegaba implacablemente a las cinco. Se hacía servir siempre un tazón de café con leche.
Aquello lo exasperaba. Consideraba al anciano como a un infeliz, como a un mediocre. Un ser que no le reservaba ninguna sorpresa, un ser que no podía mortificarlo haciendo que fallasen sus presagios, no podía ser más que un infeliz.
Hubiera envenenado al viejo echando un gramo de estricnina en el gran tazón de café con leche.
 
     Zalamea nació en Bogotá, en 1905, y murió en la misma ciudad, en 1969. Nuestro empeño no desistió hasta encontrar un minicuento de quien nos había hecho sentir con sus palabras cómo crecía aquella audiencia en las escalinatas. El relato, escrito en 1925 (¡a los 20 años de edad!), fue tomado de Literatura, política y arte. Es una parte perfectamente delimitada del “novelín” —según sus propias palabras— llamado “Una historia extrañamente sentimental”. La publicación es un año antes de Suenan timbres, de Luis Vidales (Calarcá, 1904-Bogotá, 1986), texto que se ha puesto como precursor de este género en Colombia. No lo sabemos, pero en 1921 Francisco Gómez Escobar escribió “El gallo”... en 1903 Alfonso Castro publicó 9 pequeños ‘cuadros’ en el libro Notas humanas.
Metamorfosis
Mario Enrique Rey P.
Estaba sentado el dios de los cristianos, tratando de matar la soledad y el aburrimiento. Leía acerca de las hazañas de su colega Zeus. De pronto, voló de la alegría, pues había encontrado la solución a uno de sus principales problemas: el amor. A su felicidad le acompañó un gran sentimiento de admiración y respeto por Zeus, quien, disfrazado de toro, había poseído a Io, convertida en vaca por la celosa Hera, y, transformado en cisne, había burlado a Tíndaro, seduciendo a su esposa Leda con la blancura de sus alas.
Estas historias le habían dado la idea del Espíritu Santo, convertido en paloma.
 
     Este cuento fue publicado por primera vez en Ekuóreo 15. Mario nació en Cali en 1955; estudiaba con nosotros, un par de semestres más adelante. Vive desde 1987 en México, donde sostuvo durante diez años la Semana cultural de Colombia en ese país; y durante siete años (22 entregas) la revista La casa grande, que ganó beca de Colcultura a revistas independientes en 1996. En El cuento N° 100 le publicaron otra incursión en el minicuento, “La sonrisa del caracol”, que dice así:
     «Hombres y mujeres discutían apasionadamente sobre las bondades del amor de sus preferencias: unos defendían la homosexualidad, otros la heterosexualidad, otros más la bisexualidad. Mientras tanto, el caracol sonreía...».
     En la segunda página de esta entrega de Ekuóreo hay otro ilustrador: Graphis Génova (pero en ese momento no se registró), cortesía de Milciades Arévalo, quien había usado ese dibujo en el número 10 de su Puesto de combate. Lo encontrábamos muy apropiado para acompañar el siguiente cuento:
La mujer más hermosa del mundo
Cuento caleño anónimo
Sucedió que el hombre estaba orgulloso de tener la mujer más hermosa del mundo y terriblemente celoso porque la deseaban todos los hombres del mundo.
Y como tenía los ojos más hermosos del mundo por los que todos los hombres querían ser mirados, el hombre, terriblemente celoso, le arrancó el ojo izquierdo. Como los hombres soñaban en recorrer con sus bocas y manos los senos más hermosos del mundo, el hombre le desprendió el seno derecho y, finalmente, le cortó una parte de su pierna derecha para evitar la tentación de los hombres por las piernas más bellas del mundo.
El hombre vendió su mujer al director del circo que pasaba por la ciudad. Este la vistió con una túnica que partía de su ojo izquierdo, pasaba por su seno derecho y le cubría totalmente las piernas.
Y todos los hombres del mundo iban al circo a ver a la mujer más hermosa del mundo.
 
     No pusimos a firmar a ‘Anónimo’ a secas, pues no queríamos contribuir a hacerlo autor de obras tan dispares y dispersas en la historia. Ahora bien, cuando se trata de textos, la anonimia tiene al menos dos causas conocidas: necesidad de imprecar, pero sin las condiciones pragmáticas para situarse en esa posición de cara al otro; o un origen tan lejano en el tiempo que hunda sus raíces en el mito. Pues bien, este cuento no es una imprecación; y tampoco creemos que en aquella época —más bien reciente, comparada con el mito— las raíces superaran las de un cultivo hidropónico. La realidad es otra: ese cuento caleño es anónimo, salvo para tres personas: su autor y los editores de Ekuóreo. El autor era un hombre tímido, más bien extraño y gris; nosotros, extrovertidos y polícromos, lo convencimos de ser famoso de esta secreta manera —a la manera de “El milagro secreto” de Borges— que no le exigía cambiar su carácter, aunque sí algunos caracteres del escrito. Este minicuento fue tomado de Ekuóreo para la antología Dos veces bueno 3, de Raúl Brasca. Después mentimos que había sido hallado en una mesa del restaurante Los turcos, al que solíamos ir luego de vender la revista.
     El cuento tenía tres páginas. Estaba lleno de adornos y adjetivos. Harold, con su pasión por lo conciso, por la economía (que no significa el no describir, sino el no abusar) lo redujo a media página. Luego Guillermo lo precisó. Y, más adelante, entre los dos le introdujimos unas mejoras (o unas peoras) a la historia, a la fábula —como la llamábamos en esos días—. Este cuento, ¡oh, paradoja!, le encanta a las feministas (como ejemplo y modelo, claro está), y lo han publicado innumerables veces desde entonces, en revistas, periódicos, etc. Todos los años, el día de la mujer lo publican en los volantes (mejor: pasquines) propagandísticos de ese día.
     El siguiente relato coincide —en punto álgido— con una punta de la ilustración.
La punta de la madeja
Gustavo Masso
Cuando ella descubrió su primera cana quiso arrancarla de un tirón, pero como el odioso pelo blanco se prolongaba, jaló y jaló, mientras su cuerpo se destejía, hasta que sólo quedó una niña llorando asustada.
 
     El minicuento fue tomado de la revista El cuento y, según parece, el autor es nacido en México. Se trataba de un relato perfecto: sin ripios, personaje anónimo, ficción súbita, un cuerpo tejido de tiempo.
El precio de la transacción
Fernando Solarte Lindo
Todos los centinelas, que hoy llámanse guardaespaldas, dieron en permitir el paso por la entrada de la fastuosa villa al caballero que habíase apeado con su perro del lujoso carruaje con motor de ocho cilindros. E yendo ellos así, los recibió en la suntuosa sala el otro caballero también mui rico e dueño de la casa.
—Tengo por bien traer la mercancía —dixo el visitante poniendo en la mesa un pequeño paquete—. No es menester loar que vuesa merced, como homme entendido, ha de valorar justamente.
Cuando esto hobo dicho, el dueño de la casa sacó de su bolsillo tremendo fajo de billetes e la transacción iba a cerrarse con buen suceso, sin non hobiese de por medio que presto un gato casero saltó sobre la mesilla e ungullóse el atado de la mercancía. Estonce el perro del visitante, un pastor alemán de malas pulgas, cayó sobre el gato e matólo.
El dueño de la casa, dolorido por la muerte de su gato, tomó una pistola e disparó seis tiros contra el perro que dio una voltereta e quedó con gran tiesura. El vendedor de la mercancía asió por una oreja al dueño de casa e lo apuñaleó porque le matara su perro. Presto los guardaespaldas fizieron papilla al chofer del visitante e llegaron los del barrio del chofer e mataron a los guardaespaldas, viniendo poco después los familiares destos que acabaron con los parientes e los amigos del chofer e del visitante, mas arribaron por fin los guardaespaldas deste último e se agarraron en lucha de todos contra todos e matáronse unos a otros.
Dixo la polecía que la cusa de tanta mortandad fue la mercancía que era una esmeralda o una onza de cocaína.
 
     Nacido en Popayán (1939), Fernando Solarte fue un prestigioso abogado; incluso llegó a ser magistrado del Tribunal Superior de Popayán. También fue periodista: colaboró en El Liberal, de Popayán; El Pueblo y El País, de Cali; y El Espectador, de Bogotá.
     El anterior relato fue tomado de la revista El Túnel de Montería. Se parece mucho a un texto de Literatura medieval árabe, llamado “Enjemplo del tercero privado, del cazador e de las aldeas”. Comparen ustedes:
     «E vino el tercero privado ante el rey, e fincó los hinojos ante él e dijo:
     »—Señor, de las cosas, cuando el homne non para mientes en ellas, viene ende grande daño, e es atal como el enjemplo del cazador e de las aldeas.
     »E dijo el rey:
     »—¿Cómo fue eso?
     »Dijo él:
     »—Oí decir que un cazador, que andaba cazando por el monte, e falló en un árbol un emjambre, e tómola e metióla en un odre que tenía para traer su agua. E este cazador tenía un perro, e traíalo consigo; e trajo la miel a un mercader de una aldea que era cerca de aquel monte para la vender. E cuando el cazador abrió el odre para lo mostrar al tendero, e cayó de él una gota e posóse en él una abeja; e aquel tendero tenía un gato, e dio un salto en la abeja, e matóla; e el perro del cazador dió salto en el gato e matólo; e vino el dueño del gato e mató al perro; e estonces levántose el dueño del perro e mató al tendero porque le matara el perro; e estonces vinieron los de la aldea del tendero e mataron al cazador dueño del perro; e vinieron los de la aldea del cazador a los del tendero, e tomáronse unos con otros e matáronse todos, que non fincó y ninguno; e así se mataron unos con otros por una gota de miel.
     »E señor, non te di este enjemplo sinon que non mates tu fijo fasta que sepas la verdat, porque non te arrepientas».
     Y es que a Fernando Solarte Lindo le gustaba hablar en prosa... bueno, eso no es difícil, salvo para ciertos personajes de Shakespeare. Pero Solarte Lindo era capaz de hablar en prosa medieval. Habría sido un eximio embajador en la eventualidad de que Don Juan Manuel hubiera consentido en venir a pasar un rato. Otro ejemplo de cuentos narrados así era “De lo que contesció con la muerte de un homne mucho rico e tacaño”, que acababa de ser publicado por el diario El País, de Cali (1980-06-29), pues había ganado el Concurso Nacional de Cuento en Montería.
Las manos
Leopoldo Berdella de la Espriella
Cinco, diez, doce, muchos días —no recordaba cuántos, puesto que ya no tenía memoria sino para su propio miedo—, llevaba en el mismo trajín. Dos manos misteriosas salían intempestivamente de la penumbra de su habitación, y trataban de estrangularlo. Cuando ya toda resistencia le parecía inútil y empezaba a experimentar los primeros síntomas de asfixia, accionaba el interruptor. Un calor desconocido lo empapaba entonces desde la mollera hasta el último recoveco de su existencia, sumiéndolo en la incertidumbre y el desconcierto.
Esa noche, preocupado, se propuso sorprenderlas. Bebió agua de azúcar y masticó hojitas tiernas de toronjil para reforzar el sueño, leyó las dos primeras páginas de la primera parte de El extranjero de Camus, apagó la luz, y se acostó con la última campanada de las once. Al rato, cuando ya el mundo era silencio, cantos de pájaros nocturnos y ruidos esporádicos de grillos y de sapos, sintió que las manos se acercaban decididas, apartando recuerdos que él mismo había repartido durante mucho tiempo en cuotas mínimas de miedo por el cielo raso y las hendiduras en las paredes, el piso de las tablas y los rincones más oscuros de la habitación.
Fuertemente, con el terror convertido en un coraje sin precedentes, agarró las manos asesinas por las muñecas, y las inmovilizó en el aire. Forcejeó, luchó, jadeó. Y maldijo. Poco después, cuando creyó haberlas dominado, trató de soltarlas con brusquedad para buscar el interruptor, pero sus manos estaban tensas, inmóviles, intentando zafarse a toda costa de una fuerza extraña que no les permitía acercarse a su garganta.
 
     Este minicuento —enviado por su autor a Ekuóreo— es de un destacado miembro del taller literario y revista El Túnel, de Montería. Nació en la costa norte colombiana (Cereté, 1951) y fue a morir accidentalmente a Cali (1988), donde dirigió el Instituto Departamental de Bellas Artes. Con el libro Juan Sábalo ganó el primer premio en el concurso Enka de Literatura Infantil (1983).
     La revista El Túnel nos llegaba periódicamente. El espíritu era, como dice su director, José Luis Garcés: «La homogeneidad no existe. La nivelación está ausente. Cada autor asume la responsabilidad de su trabajo: sean para él los elogios o las reservas. El Túnel sólo reclama su papel aglutinante, su rol de instrumento organizativo, si así puede decirse. El Túnel es un nombre, los autores son su contenido». Por aquel entonces, José Luis —que también escribe minicuentos— nos hizo llegar el siguiente texto, que no tenía título:
     «Compró la pistola con un objetivo sencillo: colocarse una bala en la sien derecha. No obstante, a la hora señalada, se le olvidó la zona exacta donde se daría el tiro. Dicen que fue el mejor gesto de amistad de su amnesia imperdonable».
     En 2004,compiló gran parte de su obra minicuentística, en un texto llamado La vida, que lleva como subtítulo “Un documental en ciento veinte capítulos”.
 
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