EKUÓREO
  Segunda antología
 

Segunda antología del cuento corto colombiano

Publicada por la Universidad Pedagógica Nacional en 2007. Es una antología de 145 autores e igual número de mini-cuentos. El siguiente texto es una parte de la presentación, escrita por los autores:

 
     En esta Segunda antología del cuento corto colombiano presentamos 145 trabajos nuevos, uno por autor, que amplían todos los espectros: comenzamos en 1903 con “Una nota humana” de Alfonso Castro, pese a que los entendidos dicen que el primer minicuento en Colombia es “El gallo”, de Francisco Gómez Escobar, publicado en 1921, o que propiamente se puede hablar del género a partir del libro Suenan timbres, de Luis Vidales, publicado en 1926. De igual forma, la cobertura se dilató a lo largo de la geografía nacional. También aparecen 19 mujeres (en la anterior había sólo una), no por un esfuerzo de equidad de género, sino porque compusieron cuentos que nos gustaron.
     Para nosotros, la literatura se divide en la que nos gusta y la que no, de acuerdo con nuestro criterio, que a veces coincide con el de otros, y no por el ajuste a cierto canon... a no ser que fuéramos los encargados de hacerlo. Esta posición se deriva de dos hechos. De un lado, la creación es un estado parcialmente fuera de control: el autor puede ejercer vigilancia sobre las horas de trabajo, las amistades, las lecturas, la investigación con fines literarios... pero eso no explica por completo cómo una interrogación lo busca para ser formulada. Y, de otro lado, esa magia —basada en el diálogo entre las peores disposiciones del ser humano y sus conquistas— no logra ser apresada del todo por las estéticas y los nombres de corrientes o géneros, aunque podamos razonar sobre la factura de los textos o sobre la anchura de la herida que producen. Ninguna explicación de la literatura nos ha mantenido cautivos por generaciones, como lo hacen las obras. Pero no por eso es vana: la teoría requiere su propio trabajo y tiene su ámbito ilustrativo; se trata de un vicio que dejamos para su momento.
     El tipo de relatos coleccionados aquí se nombra como minificción, microcuento, cuento brevísimo, cuento instantáneo, síntesis imaginativa, etc. Pero, ¿focalizar la extensión conduce a algo en literatura? En pocas líneas, es verdad, se han hecho hallazgos inolvidables, pero también escombros. Claro que el provecho de acabar de forma rápida con algo de poca calidad es innegable, pero ya no es literario. Lo bueno, si breve, allá él. La economía de lenguaje, una de las características endilgadas al minicuento, es propia desde el haikú hasta una novela en siete tomos que, si busca el tiempo perdido, con seguridad no incluirá cosas que sobren. En la literatura, aunque luce vanidoso, el tímido significante termina rebasado por el significado. Se despliega lo cardinal; lo insustancial desafina. El criterio es la necesidad interna, no el número de palabras. Claro que ese número puede ser funcional, como en nuestro caso, con una revista dispuesta en una hoja por ambas caras.
     Las épocas hacen géneros. Pero el minicuento es un desgenerado, como dice Violeta Rojo. La época que atravesamos, frívola y ajena a la pregunta, cada vez hace menos necesaria la literatura. El minicuento corre el riesgo de servir al afán, a la pereza, a la risa fácil. Al paso que vamos, una línea parecerá desproporcionada: a alguien le averiguaron si había leído “El dinosaurio” de Monterroso (tramado con siete palabras), y respondió: “¡Buenísimo! Ya voy por la mitad!”.
     Es que pensar no está de moda. Así, más que abogar por el minicuento, lo hacemos por una condición humana próxima a la pregunta, con límites, en la que el deseo y no sólo el hastío sea una salida, donde cada uno asuma la responsabilidad de su propia perplejidad. En esa dirección va la literatura. En esa dirección van los buenos cuentos cortos.
 
Guillermo Bustamante Zamudio
Harold Kremer
 
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